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Un sabio no tiene ideas

 

SOBRE EL SABIO CHINO

Luis Roca Jusmet

 

François Jullien escribe el año 1998 su libro “un sabio no tiene ideas.” El hilo conductor del libro se basa en la diferencia entre filósofo y sabio, que son los significantes que expresan los dos caminos paralelos seguidos por Grecia-Europa por un lado y China por otro. Como siempre Jullien insiste en que no se trata de comparar, porque esto implicaría un marco común desde el que hacerlo. Se trata de ir a China desde la filosofía para deconstruir ideas china y desde estas ideas chinas cuestionar nuestras conceptualizaciones filosóficas y ver nuevos horizontes para nuestras preguntas. En sentido más general, cuando vamos a China y entendemos las líneas de fuerza de su pensamiento al volver entendemos mejor las nuestras.
El sabio chino no tiene ideas porque las ideas nos condicionan y nos llevan a una posición parcial. No tiene un proyecto ni quiere tenerlo. La sabiduría no tiene historia, al contrario que la filosofía, que se identifica con su historia. La sabiduría progresa, la filosofía cambia. El sabio no tiene imperativos, ha de estar disponible. Confucio es, ciertamente normativo, pero su manera de entender las normas es totalmente diferente de como la entendemos en nuestra tradición. Las normas son las pautas reguladoras que van orientando en los procesos buscando el equilibrio, el “justo medio”. Pero este “justo medio” no es lo intermedio sino lo necesario en cada momento. El término adecuado es el de
vía. El sabio no habla de la vía, aunque todo lo que hace conduce a ella. Otra cosa es el confucionismo, que convierte la vía en principios y elabora a partir de aquí una ortodoxia.
La filosofía “concibe”, la sabiduría “atraviesa”. La primera suprime las diferencias sistematizando y orientándose hacia un modelo; la segunda las enlaza aceptando lo variable y adaptándose a las transformaciones.
La sabiduría se mueve por evidencias, por la simplicidad y la proximidad, por poner de manifiesto lo que es familiar, pero está oculto, lo inmanente. No busca lo oculto ni se mueve en lo enigmático. El filósofo construye una teoría, mientras que el sabio realiza la vía. El sabio se mueve en el terreno de lo común mientras que el filósofo lo hace en la excepcionalidad. El sabio vive como los otros, aunque de otra manera, mientras que el filósofo parece aspirar a otra vida. El filósofo habla y argumenta, mientras que el sabio no necesita hablar, lo evita, ni argumenta lo que hace. El sabio no dialoga.
Hemos de olvidar la idea de que la sabiduría está en la infancia de la filosofía. En realidad, China descartó el camino de la filosofía, que habían planteado los moistas (seguidores de Mozi) y que no tuvo éxito frente a la tradición taoísta y confucionista. La filosofía contrapone su verdad a la opinión, mientras que el sabio es indiferente a las opiniones. El filósofo defiende la verdad frente a la falsedad y el sabio plantea la visión global frente a la parcial. El sabio debe estar abierto y disponible, no debe elegir porque si lo hace empieza a excluir. El sabio no se mueve en disyuntivas. Debe entender todos los procesos en curso.
El término clave es disponibilidad, que es una disposición abierta, en la que todo juicio previo se considera un prejuicio. La mente se vacía y las cosas se relativizan, sin caer en un relativismo ni en un escepticismo. Se vuelve un maestro de la percepción. ve siempre lo que hay que hacer. El filósofo, en cambio, problematiza, se arriesga saltando al vacío. Dos caminos diferentes.

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