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FILOSOFÍA DEL SILENCIO

 

Vanessa Itzigueri Larios Robles

La filosofía nace cuando la gente ha dejado de desear aprender a través de los relatos, de los mitos; ahora sólo desean creer lo que sus propios ojos ven. El origen de la filosofía es el paso del relato mítico escuchado (que de alguna manera daba sentido a los fenómenos del mundo), a la teoría, literalmente “visión”. La filosofía griega es una filosofía visual; y filósofo es el que tiene una vida contemplativa, es decir, que es capaz de observar atentamente el mundo físico y social que le rodea para darle un sentido. Tener “juicio” significa también “sacar algo a la luz”; o la palabra verdad, en griego aletheia que significa literalmente, de-velar algo que se encuentra oculto, des-cubrir, quitarle el velo a las cosas es ver su verdad.

¿Qué pasa cuando el sentido predominante para configurar el mundo es la vista? La visión moldea el mundo con formas, formas que son determinadas, definidas: tienen ciertas dimensiones, peso, colores, texturas, etc. Parece haber una especie de terror por lo indefinido, lo inasible, lo infinito, lo imperfecto. Lo perfecto sería lo comprensible, lo que se muestra a nuestros ojos con claridad, sin sombras. Eso es a grandes rasgos, la definición de razón, en griego: Logos, que también significa palabra. 

Frente a este temible vacío de lo desconocido, de lo inconmensurable, la palabra contiene, abraza, define, da orden. Por eso el mundo, para estos antiguos filósofos griegos, se dice “cosmos”, literalmente orden.

La palabra, entonces, configura una determinada forma de comprender el mundo. Y así fue construyéndose la filosofía occidental, a partir de la idea griega de que lo que distingue al ser humano de cualquier otra especie es, precisamente, la palabra, un lenguaje capaz de construir símbolos, o sea, el poder de referirnos a un objeto sin necesidad de percibirlo, porque en su lugar podemos pensarlo. Logos: razón y palabra como sinónimos.

Pues bien, la filosofía de la India tomó otro camino: no le dio predominancia a la visión, sino al sonido, y más aún, al silencio. La filosofía de la India es una filosofía del silencio. Por supuesto no de un silencio indiferente o tímido, no el silencio como opuesto al sonido sino como su posibilidad. El silencio como la posibilidad de que todo exista. La filosofía de la India no le llamó verdad, como los griegos, a lo que los ojos des-cubren, sino a lo escuchado, sruti, en sánscrito, para describir toda una tradición religiosa que creía en la palabra Revelada, divina. Los sacerdotes védicos (hace 3,500 años) eran quienes escuchaban la sabiduría proveniente de los dioses, la memorizaban y luego la reprodujeron de generación en generación. 

La función de la palabra en la India no es poner orden al caótico vacío indeterminado, la palabra no es razón, la palabra es una diosa: Vac, la madre de los Vedas e intermediaria entre lo humano y lo divino: es la personificación sagrada del habla. 

Bajo esta idea, cuando usamos la voz, cuando desplegamos el sonido que produce nuestro propio cuerpo estamos trayendo lo divino a nuestra boca, como en los mantras, por ejemplo, que son esta especie de canto religioso, ahora “espiritual”, ya occidentalizado, donde el sonido que sale de mi boca se convierte en el dios que evoca. Como se puede ver es una función del lenguaje muy distinta a la que conocemos y usamos, proveniente de la tradición griega.

Ahora, esta palabra que es sonido sagrado es posible gracias al silencio. Decía antes que el silencio es posibilidad, es espacio vacío para ser llenado por la existencia. Aquí usaré una metáfora tomada de un texto de Luis Villoro donde dice que imaginemos una pantalla donde se proyectan imágenes; mientras vemos las imágenes no podemos ver la pantalla como tal, sin embargo ella es lo que hace posible la imágenes, vemos y no la pantalla en sí misma. El silencio es como la pantalla en blanco en la que desfilan todos los objetos del mundo, es la base o el fundamento de todo.

Por eso la meditación requiere silencio y tiene como meta retornar a ese silencio, que es lo indefinido, lo indeterminado. La meditación es un ejercicio de acallar no sólo la palabra hablada, sino la pensada. Meditar no es poner la mente en blanco como se ha creído erróneamente, es más bien forzar al máximo la mente para que se calle, para que detenga su flujo incesante de pensamientos, y que ahí en esa pausa, tal vez, en ese silencio que envuelve todo, ahí se encuentre algo, ¿qué? Los budistas le llaman Nirvana, los hindúes le llaman Samadhi. Es un estado vacío de interpretaciones, vacío de formas y conceptos, y por lo tanto libre. Es la liberación de la ignorancia, dice la filosofía india; es el espacio en el que la ilusión, maya, en sánscrito, desaparece y se muestra sólo una unidad indiferenciada. De acuerdo con cierta filosofía dualista india (Advaita Vedanta) vivimos en una ilusión donde lo que impera es la dualidad: el sujeto que percibe y el objeto percibido; el yo separado del otro y todas las cosas separadas de lo divino. Esto en su calidad de ilusorio no es verdadero, pero es la forma habitual que tenemos de percibir el mundo. Cuando se entra en el silencio interior que propicia la meditación comienzan a borrarse los límites de esa dualidad porque el yo se empieza a desdibujar y ya no logra distinguir entre él mismo y el mundo. En ese estado mental, los pensamientos detienen su marcha incansable y queda la “pantalla”, ya no se perciben las imágenes, sólo la pantalla.  Una meditación efectiva sería aquella que disminuye el sentido del “yo”, no que lo enaltece. Un yo disminuido es signo de libertad: no tengo que preocuparme por defenderlo de los múltiples ataques que recibe del exterior y del interior.

La meditación permite expandir el espacio entre una palabra y otra. Guardar silencio, lo guardo para que no se me pierda. Tal vez pueda escuchar primero, el sonido de mi respiración, luego el de mis pensamientos. Gracias al silencio que guardo puedo tomar distancia y escuchar a Vac que se manifiesta en la mirada del otro, porque cuando calla la palabra hablada se expresa el cuerpo, y el cuerpo encarna a ambos: al silencio y al sonido, cuando silencio la palabra mi cuerpo habla con sus gestos. 

La propia mitología india de la creación del cosmos mediante la danza de Shiva es el cuerpo del silencio que lo crea todo. La danza de este Shiva bailarín, Shiva Nataraja es nombrada Ananda Tandava “danza de la dicha furiosa”, porque se tiene la idea de que el silencio de la meditación es un estado de absoluta tranquilidad, pero la paz y la tranquilidad no son lo mismo. El silencio de la filosofía india no es tranquilo, es un silencio furioso y liberador, como la verdad.

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