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Elogio de la Ética Spinoziana

Por Luis Roca Jusmet

La Ética de Baruch Spinoza me parece uno de los trabajos filosóficos más potentes y fecundos de toda la Historia de la Filosofía. Voy a comentar aquí la parte tercera, que es la que podríamos llamar, tomándonos muchas libertades, psicológica. La primera y la segunda parte las llamaré ontológicas: tratan respectivamente sobre lo que es y sobre lo que somos. La primera lo hace sobre Dios o la Substancia eterna, cuyas expresiones infinitas son el pensamiento y la extensión. Como parte de esta Substancia o unidad de todas las cosas están los modos finitos, que es lo que somos cada uno de nosotros. Con lo que pasamos a la segunda parte que habla de las ideas y los cuerpos. Las ideas son los modos finitos como se expresa el pensamiento, que es a su vez expresión de Dios; y el cuerpo es el modo finito como se expresa la extensión, que es igualmente atributo de Dios. Lo cual quiere decir que Dios es materia, aunque no solamente materia. Desde esta ambigüedad podemos discutir si es pertinente o no llamar materialista a Spinoza. Al ser modos finitos tenemos una duración y nos desplegamos en el tiempo. Dice Spinoza que hay una conexión entre el orden de las ideas y de los cuerpos y el sentido que tiene esta afirmación se presta a muchas interpretaciones.
Un término clave para entender el planteamiento de Spinoza es el de conatus, que es la esencia y la potencia de todos los modos finitos. Es el esfuerzo, la energía para preservar en lo que es. Hay un conatus del alma que llama la voluntad (o querer) y uno del cuerpo, que llama apetito (o impulso). El deseo viene a ser la confluencia entre lo que queremos, desde la mente y el impulso que experimentamos desde el cuerpo. Es, por tanto, un impulso consciente, es decir vinculado a una idea. El deseo puede surgir de ideas adecuadas o inadecuadas. Surge de ideas adecuadas cuando está determinado por la propia naturaleza de cada cual, de lo que es. Es la pulsión de vida, que nos lleva a obrar, a actuar. No hay pulsión de muerte, como dirían los psicoanalistas, porque las tendencias destructivas son producto siempre de ideas inadecuadas, de pasiones tristes provocadas por los otros.
Las pasiones son ideas inadecuadas porque están producidas por causas externas y no internas, es decir que son reacciones a las acciones de otros cuerpos. Hay aquí una afinidad con Nietzsche, cuando éste dice que el poder de la voluntad afirmativa de la vida lleva a la acción, mientras que la impotencia conduce a la reacción. Los nobles, los sanos, los fuertes, actúan. Los serviles, los débiles, los cobardes reaccionar. Es su resentimiento el que se vuelve creador. Lo importante, dice Spinoza (y esto vuelve a unirle con Nietzsche) es lo que puede un cuerpo. Los afectos son afecciones del cuerpo, en las que aumenta o disminuye nuestra potencia, nuestra vitalidad. Aquí Antonio Damasio ve en Spinoza un precursor intuitivo de las neurociencias actuales. Damasio sostiene que las emociones lo son del cuerpo y los sentimientos de la mente. Es decir que un sentimiento sería la idea consciente de las emociones que modifican el cuerpo. Spinoza sostiene además que si conocemos el cuerpo lo hacemos a través de sus afecciones.
Además del deseo, los otros dos afectos primarios son la alegría y la tristeza, entendidos como estados de ánimo. También pueden ser pasiones producidas por ideas inadecuadas. Pero hay que señalar dos cuestiones. La primera es que la alegría, aunque sea una pasión, aumenta la perfección del cuerpo porque le da más más potencia, lo contrario de la tristeza. La segunda es que entre las ideas totalmente inadecuadas y las adecuadas hay grados, ya que las adecuadas del todo casi son imposibles. Vayamos a los grados de conocimiento de Spinoza, que ha planteado en la segunda parte. El primer nivel es el de las imágenes y las ideas parciales que surgen de ellas. Por ejemplo, tenemos una idea de lo que queremos, pero no sabemos ni porqué lo queremos ni lo que significa realmente para nosotros este deseo. El segundo grado se refiere a las nociones comunes y quiere decir que a partir de una serie de conceptos podríamos entenderlo. Pero el tercer grado sería entender, desde la intuición, la totalidad de nuestro proceso, y pudiendo situar con precisión nuestro deseo en este marco global. Pero esto implicaría entender también el efecto que todos los cuerpos con los que hemos interactuado tendrían sobre nosotros. Los deseos inmoderados son inadecuados porque nos dominan, nos esclavizan. Una idea mínimamente adecuada de un deseo supone nuestra capacidad de distanciarnos de él, de que no nos atrape y distorsione nuestra visión de nosotros mismos y de las cosas. ¿Cuáles son estos deseos inmoderados? La lujuria (de sexo), la gula (de comida), la avaricia (de propiedades), la vanidad (de prestigio). Los deseos en los que se basa no son negativos, pero sí lo es cuando nos hace perder el autodominio y la libertad, como veremos en la cuarta y quinta parte de la Ética, que son propiamente los que tratan de la ética como propuesta de vida.
El amor es lo que sentimos respecto a lo que consideramos causa de nuestra alegría. El odio, por el contrario, de nuestra tristeza. Spinoza contempla también la ambivalencia, tan bien elaborada por Freud, qué hace que podamos amar y odiar a una misma persona. El odio contra el otro lleva a la envidia y al deseo de hacer daño, como ocurre con la ira y con la venganza. Todas son pasiones tristes. Trata también del amor y del odio no hacia los otros sino hacia uno mismo. La autoestima cuando somos causa de nuestra alegría y la falta de autoestima cuando nos consideramos causa de nuestra tristeza. Pero aquí puede haber ideas totalmente inadecuadas, que es el exceso de autoestima o soberbia (que experimentamos cuando no somos capaces de ver nuestros defectos) o el complejo de inferioridad (valga el anacronismo, pero no veo otra palabra más precisa para tratar hoy lo que expresa Spinoza). La vergüenza y la culpa, como la baja autoestima, son pasiones tristes, que disminuyen nuestra vitalidad. La vergüenza surge de este complejo de inferioridad y la culpa de no entender que en cada momento hacemos lo único que podemos hacer en nuestra situación y que es por tanto una cobardía delante de nuestros actos. Nietzsche afirma lo mismo. Igualmente, este filósofo cita a Spinoza por su concepción negativa de la compasión como pasión triste que disminuye nuestra potencia. Spinoza, al igual que Nietzsche, considera la generosidad como un afecto de la alegría hacia los otros.

La última dimensión de los afectos está vinculado al tiempo. Vivimos en la actualidad, es decir en el presente, y desde él experimentamos los afectos. Pero somos un proceso y lo que no actual lo podemos recordar en término de satisfacción o de insatisfacción, que es lo que sentimos cuando se refiere a la idea de algo que pasamos y que nos produce alegría o tristeza cuando lo representamos. Respecto al futuro hay un desconocimiento por lo que los afectos se basan en lo que imaginamos. Son la esperanza y el miedo si imaginas respectivamente algo que asocias a la alegría o a la tristeza Lo imaginario, para Spinoza, siempre es una idea inadecuada.
La mente humana es, en última instancia, enigmática. Desde las neurociencias, el psicoanálisis y la filosofía podemos disponer de una caja de herramientas para entenderla. Ni el conductismo, ni el biologismo, ni el cognitivismo han elaborado estas nociones comunes de las que nos habla Spinoza. Se mantienen en este primer grado de conocimiento de las imágenes y las ficciones ligadas a ellas.
Después de haber hablado, en las tres primeras partes de su libro Ética, sobre Dios, el alma/cuerpo y los afectos, en la cuarta parte trata sobre la servidumbre humana o fuerza de los afectos. Si afirma que la fuerza de los afectos crea servidumbre, es porque considera que las pasiones nos encadenan. Las afecciones son modificaciones del cuerpo, provocadas por causas externas y que se corresponden con ideas inadecuadas. Las pasiones nos hacen dependientes.
Para Spinoza la libertad es el poder hacer lo que queremos y lo que queremos es lo que necesitamos, lo que responde al conatus, a la perseveración y potenciación de lo que somos. De todas maneras, la libertad será el tema de una última parte del libro, no de la que hablamos. La servidumbre, y en esto también coincide con Nietzsche, es impotencia. Ambos consideran que la teoría del libre albedrío es una ficción. La diferencia entre un hombre libre y otro que no lo es, es que el primero está autodeterminado y el segundo está determinado por lo externo. Es decir, que de lo que se trata es de saber si se está determinado interiormente, lo cual te lleva a la acción, o si está determinado por los otros, lo cual te lleva a la reacción. Pero si para Nietzsche es desde el instinto, para Spinoza lo es desde la razón. ¿Qué quiere decir guiarse por la razón? No es una cuestión de cálculo, también sino de la intuición y de la capacidad de distanciarnos de nuestros afectos, de verlos desde afuera.

El bien y el malla belleza la fealdad, las causas finales y el libre albedrío son ficciones, no existen más allá de nuestra imaginación. Pertenecen al primer grado de conocimiento, que es el que nos conduce al error. Son modelos imaginarios a los que queremos adaptar los procesos reales. Pero la realidad es perfecta, justamente porque es real. Un niño que se muere de hambre es perfecto porque es real. Pero es malo para él, para los que lo quieren y para todos los humanos. Porque es inútil, es triste, es doloroso. Es una valoración relativa a nuestra condición humana. Lo bueno y lo malo se establecen por criterios de utilidad, utilidad para potenciar lo que cada uno es, su alegría, su vitalidad. Tejemos la realidad con nuestras acciones y en la medida que las tejemos forman parte de lo real. No hay nada posible más allá de lo real. A diferencia de Leibniz, que decía que vivimos en el mejor de los mundos posibles, para Spinoza vivimos en el único mundo posible.

El hombre forma parte de la Naturaleza, es decir de Dios o la Substancia Única, y es, por tanto, una parte de la Totalidad de todas las cosas finitas. Cada cuerpo actúa sobre múltiples cuerpos y estos actúan sobre él. En este sentido, el hombre está siempre sujeto a las pasiones, que son ideas inadecuadas. De lo que se trata es de la posición que tiene con respecto a ellas, si es capaz de distanciarse o está encadenado a ellas. Cuando uno se distancia de la pasión, la idea inadecuada que la sostiene se va transformando en adecuada. La pasión irracional se transforma en deseo racional. Seguir el deseo, cuando es racional, es lo mismo que actuar bien, de manera virtuosa, y de potenciar la alegría. Aquí vemos claramente la base de la afirmación de Deleuze cuando dice que Spinoza plantea una ética y no una moral. Lo cual lo hace nuevamente afín a Nietzsche, aunque las consecuencias de cara a los otros sean diferentes. Diferentes porque la ética de Spinoza conduce al amor, a la armonía con el otro, y la de Nietzsche a la confrontación. Porque si seguimos las ideas adecuadas estas nos conducirán a la alegría y al amor. Al igual que Nietzsche, Spinoza rechaza los sentimientos morales: la culpa, la indignación y la compasión.

Resulta enigmático el sentido de la afirmación que conducirá justamente a Nietzsche a expresar su rechazo a la filosofía de Spinoza (la actitud es ambivalente porque en su correspondencia había manifestado sus afinidades con el filósofo holandés). Esta afirmación es la que dice que el supremo bien del alma es el conocimiento intelectual de Dios y que la suprema virtud es la de conocer a Dios. ¿A qué se refiere Spinoza? Entiendo que el conocimiento de Dios es llegar al tercer grado de conocimiento, que no es otra cosa que la superación entre sujeto y objeto. Ya no se trataría de ideas adecuadas sino la visión del Ser. Visión que es presencia. Hay algo de relación con la aletheia (verdad como desvelamiento) de Heráclito o Parménides. O la propia intuición de la Idea de Bien, en Platón. O incluso contradicciones como el hinduismo, el taoísmo o el budismo.

La alegría es siempre buena, y la tristeza y el odio son siempre malos. El amor y el deseo puede ser malos cuando tienen un carácter excesivo, irracional. Pero el placer puede ser malo y el dolor bueno porque, a diferencia de los anteriores, que son estados globales del cuerpo estos últimos tienen un carácter parcial. El placer puede generar tristeza y el dolor alegría. El deseo irracional, excesivo, no solo nos esclaviza, sino que puede llevar al delirio (como en la avaricia y en la vanidad), al igual que el amor (como en el enamoramiento). El deseo de reconocimiento y la autoestima como amor a uno mismo, si no son excesivos (como en la vanidad o la soberbia) son buenos. El hombre libre piensa en la vida y no en la muerte, dice Spinoza siguiendo a Epicuro. El filósofo francés Pierre Hadot veía en Spinoza una forma alegre de estoicismo, influenciada precisamente por el epicureísmo.

El hombre libre vive en sociedad, y sabe que es mayor la libertad que se autolimita por las leyes en las que ha colaborado (defensa del Estado de Derecho y la democracia), que no la libertad natural fuera de la sociedad. Los humanos hemos de ser solidarios entre nosotros y reconocernos como sujetos de derechos. Pero Spinoza dice claramente que no los animales no tienen derechos porque no forman parte de nuestro mundo y no les debemos ninguna solidaridad. El quinto y último capítulo es muy breve. Cierra el círculo, porque si el libro empieza hablando de Dios acaba hablando de la libertad como el conocimiento y el amor intelectual a Dios. Desde una óptica no trascendentalista ni espiritualista resulta difícil entender su mensaje. Me parece que la única lectura posible es que el tercer grado de conocimiento es el de una intuición que llega al conocimiento adecuado máximo, que sería la superación del sujeto y el objeto. Como somos parte del Todo, esto significa que la diferencia que establecemos entre nosotros y el Todo es inadecuada. Nosotros somos el Todo. Esta lectura no es necesariamente mística, aunque coincide con ella. Como también lo hace con los estados de iluminación de los que habla el taoísmo y el budismo. Pero es igualmente el planteamiento filosófico de gente como Pierre Hadot o Felipe Martínez Marzoa, que tienen respectivamente poco o nada de mística. Resulta paradójico, de todas maneras, que coincide aquí el máximo de racionalidad (como plantea Spinoza) y unas vías que niegan el camino de la razón, como el taoísmo o el budismo o la mística cristiana o islámica. El estado del que habla Spinoza es el de la felicidad o beatitud, según traducciones que plantean reservas en cualquiera de los dos casos.

Este Amor a Dios es el de la virtud suprema. Produce el máximo de alegría posible. No tiene un carácter temporal porque nos sitúa en el plano del Ser, es decir de la eternidad. Es lo que Pierre Hadot llamó una conversión, una transformación interna que conduce a la superación del yo, del sujeto. Pierde el miedo a la muerte y supera las ideas inadecuadas que producen las pasiones. El deseo pasa a una dimensión diferente. Virtud y Felicidad coinciden. A diferencia de Kant, que considera que el camino de la felicidad y el de la virtud forman parte de dinámicas diferentes. A diferencia de Mill, para el que la felicidad es el conjunto de las cosas que nos hacen felices. Virtud, felicidad es lo mismo. Es la salvación en este mundo, no en otro. Difícil y raro, dice Spinoza, porque todo lo excelso lo es. Pierre Hadot, cuando habla de la filosofía como forma de vida, se refiere a los ejercicios espirituales que la componen.
Podemos así considerar que lo que nos dice Spinoza en su Ética es un conjunto de ejercicios espirituales, una filosofía práctica. La verdad transforma hasta permitirte superar tus límites y entender que eres parte del Todo. A partir de aquí te domina un estado de serenidad en el que los afectos tienen una importancia secundaria.

 

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